5. El personal de limpieza en un edificio corporativo descubre que las luces se apagan solas y las cámaras captan sombras que no corresponden a ninguna persona.
Asunto: Lo que las cámaras no deberían haber visto
Hola, Mike.
Te escribo porque no he podido sacarme de la cabeza algo que viví hace casi dos años. Desde entonces he cambiado de chamba, de casa y hasta de estado, pero esa noche me sigue dando vueltas en la cabeza como si se hubiera quedado pegada a mí, como si hubiera algo que no se fue conmigo, pero que tampoco se quedó allá. Algo que todavía está… pendiente.
Me llamo Hugo Lara, tengo 42 años y soy de Ciudad Obregón, Sonora. Toda mi vida he trabajado en la limpieza. Primero en hospitales, luego en escuelas y últimamente en oficinas. No me avergüenzo de mi trabajo, al contrario, me da cierta paz eso de andar solo, concentrado, moviendo el trapeador, sin que nadie te moleste. Además, siempre me ha tocado trabajar de noche, y aunque mucha gente le saca la vuelta a ese turno, a mí me gusta. Es cuando el mundo se calma.
Yo crecí con mi abuela, en una casa chiquita con patio de tierra y gallinas. Mi jefa nos dejó cuando yo tenía siete, se fue con un tipo a Estados Unidos y ya no supimos más de ella. Así que mi abuela fue como mi madre, y fue ella quien me metió esa idea de que en el mundo hay cosas que no entendemos, y que no todo se puede explicar con ciencia. A veces me hablaba de cosas que ella veía en los cerros, luces, sombras, voces. Yo de morro le creía, pero ya de grande, pues uno lo deja en eso, en que eran cuentos de señora. Hasta que me tocó.
La historia que quiero contarte pasó en el 2023, cuando estaba trabajando en un edificio corporativo en Hermosillo, por el bulevar Kino, casi esquina con Solidaridad. Es un edificio moderno, de esos de cristal negro por fuera, como de seis pisos. Ahí hay puras oficinas de abogados, contadores, y un piso entero rentado por una empresa de seguridad privada. Yo entraba a trabajar a las 10 de la noche y salía a las 6 de la mañana. Éramos tres en el equipo de limpieza: yo, la señora Tere y el Daniel, un morro de unos veinte años. Cada quien tenía asignado un piso. Yo siempre me encargaba del cuarto y el sexto.
Todo iba bien las primeras semanas, hasta que comenzaron a pasar cosas raras con las luces. Primero, pensábamos que eran sensores fallando. Te explico: en ese edificio, las luces se prenden cuando detectan movimiento, y se apagan solas al poco rato. Pero empezamos a notar que había luces que se apagaban aunque tú estuvieras parado justo debajo, trapeando o sacando la basura. A mí me pasó dos veces en el sexto piso, justo en la sala de juntas de la empresa de seguridad. Me apagaban la luz encima, y cuando me asomaba al pasillo para moverme a otro foco, todas las demás estaban encendidas. Solo esa parte, la que yo estaba limpiando, se oscurecía. No le di mucha importancia. Pensé que era cosa del sensor mal calibrado.
Luego fue lo de las cámaras.
El jefe de seguridad del edificio se llamaba Ricardo. Era medio especial, como esos tipos que se creen policías, ya sabes, todo el día viendo los monitores y dándote órdenes con tono de autoridad. Una noche me detuvo cuando iba saliendo a las seis y me preguntó si yo había estado en el quinto piso. Le dije que no, que esa zona le tocaba a Tere. Entonces me preguntó si conocía a alguien que anduviera con capucha negra. Le dije que no. Me miró raro y me dijo: “Es que las cámaras del pasillo del quinto captaron una sombra anoche, a eso de las tres. Algo o alguien que caminó de un lado al otro, pero no se le ve la cara. Parece que trae una capucha. Pero lo raro es que no activó ningún sensor de luz”.
Me reí un poco, la verdad. Le dije que tal vez era un reflejo o algún fallo del sistema, y él se quedó callado, pero tenía cara de preocupado. Esa misma noche, cuando regresé a trabajar, me fijé en los monitores que él tenía en su oficina. No soy metiche, pero pasé por ahí justo cuando él no estaba y vi el video que se repetía en un loop: un pasillo completamente oscuro, y algo… algo que se movía por ahí. No era una persona. No caminaba como tal. Era más como si flotara. Apenas se distinguía, como si la sombra fuera más negra que la oscuridad.
Después de eso, las cosas empezaron a salirse de control.
A la siguiente semana, Tere pidió su cambio. Dijo que algo la había tocado en el baño del quinto piso. Que sintió una mano en la espalda mientras lavaba el lavabo. Ella juraba que no era sugestión, que incluso dejó caer el atomizador del susto. La dirección del edificio no le creyó, pero la cambiaron al primer piso para calmarla. Fue entonces cuando me tocó cubrir el quinto, y ahí fue donde ya no pude hacerme tonto.
Una madrugada estaba limpiando las escaleras de emergencia, esas que nadie usa, cuando escuché una puerta cerrarse. No fue un portazo fuerte, más bien como esas puertas que tienen seguro hidráulico, que se cierran despacio. Pensé que era Daniel, pero cuando bajé al cuarto piso, vi que todas las puertas estaban cerradas. Entonces subí al quinto. Y ahí estaba.
La luz del pasillo estaba apagada, y no se encendió al detectar mi presencia. Me acerqué despacio, y fue cuando lo vi, de reojo, en la sala de espera de una oficina vacía: alguien parado. No tenía rostro. No porque estuviera oscuro, sino porque parecía que… no había nada bajo la capucha. Ni piel, ni ojos, ni sombra. Nada. Solo vacío.
Corrí. No me da vergüenza decirlo. Bajé los cinco pisos como si trajera al diablo pegado a los talones.
Esa mañana le conté a Ricardo. Pensé que me iba a decir que lo imaginé, pero se puso pálido. Me mostró otro video. Esta vez era del elevador. El elevador marcaba que había subido solo al sexto piso a las 3:14 a.m. En el video se ve cómo se abre la puerta, y no hay nadie dentro. Pero una cámara del pasillo muestra cómo una sombra sale del elevador y se queda parada un momento antes de avanzar hacia el fondo.
Ricardo me confesó algo que no debería haberme dicho. Me dijo que la empresa de seguridad tenía un cliente que usaba el sexto piso como bodega temporal de “evidencia”. Cajas, discos duros, y cosas que no me supo explicar bien, pero que pertenecían a investigaciones de desapariciones y secuestros. Y que una vez se filtró que ahí habían almacenado por error unas pertenencias de personas desaparecidas en el norte, cosas encontradas en operativos en terrenos baldíos.
No me quiso decir más, pero fue suficiente para mí.
Esa fue mi última noche en ese edificio.
Renuncié al día siguiente. Me vine a vivir a Culiacán, con una tía. Encontré trabajo en un hospital, de nuevo en turno nocturno, pero ya no es lo mismo. Desde entonces, cada vez que se apaga una luz sin razón, me tenso. Cada vez que paso frente a un espejo oscuro, evito mirarme. A veces siento que algo me trajo de allá. Que algo se vino conmigo.
No sé qué era esa sombra. No sé si era algo que se quedó atrapado en una de esas cajas del sexto piso. No sé si fue una especie de eco de todo el dolor que guardaban ahí. Pero lo que sí sé es que… eso no se captó por error. Lo grabaron las cámaras. Lo vieron otros. No fui solo yo.
Gracias por leer esto, Mike. Me ayuda a soltarlo un poco. Si decides compartirlo en tu programa, cámbiame el nombre por favor, por si acaso.
Un saludo desde Sinaloa. Cuídate mucho. Y si alguna vez trabajas de noche… no confíes en que las cámaras siempre te muestran la verdad completa.
—H.