El Turno del Silencio

1. El vigilante de una fábrica que escucha ruidos inexplicables en un turno donde debería ser todo silencio absoluto, y descubre que no está solo.

Título: “Turno de Silencio”

Buenas noches.

Me llamo Héctor Lizárraga, tengo 57 años y vivo en Hermosillo, Sonora.

Yo trabajé toda mi vida en seguridad privada. Desde los 23 años.

Lo que les voy a contar pasó hace unos 5 años.

Esa noche, legué a la planta a las 9:45 p.m. El cambio de turno es a las diez. Me tomé mi café en el termo azul que siempre llevo, saludé a Pedro, el de la tarde, y me pasaron el reporte: todo en orden.

Me senté en la caseta, le di una revisada a los monitores, y luego salí a hacer la primera ronda de rutina por el perímetro.

La fábrica en la que trabajo es grande, aunque de noche se siente como un cascarón vacío. Todo callado. Solo el zumbido de los transformadores eléctricos, y el ocasional chillido de algún metal enfriándose. Uno aprende a distinguir los sonidos normales del lugar. Eso es parte del trabajo. Saber qué es habitual, y qué no.

Esa noche escuché algo que no era habitual.

Primero lo tomé por un error mío, por un ruido de maquinaria que quizás no reconocí. Como un golpeteo rítmico, seco, que venía desde la línea de ensamble cuatro, donde todo debería estar apagado. Revisé mi reloj: eran las 12:36 a.m.

Me acerqué despacio, sin prender la linterna para no encandilarme con mi propia luz. Conforme me fui acercando, el sonido era más claro. No era mecánico. Era como si alguien estuviera… ¿pegando con un palo? C0 asi como una especie de tamborileo suave sobre metal.

Me asomé. No vi a nadie. Pero algo me puso la piel de gallina: una de las máquinas de prensado tenía una tapa abierta. Yo sé que esa tapa se deja cerrada por protocolo. Es imposible que se abra sola. Necesita fuerza, y está asegurada con pernos.

La cerré y seguí mi ronda. Pensé que tal vez en el turno anterior se les olvidó ajustarla bien. Tomé nota mental para mencionarlo en el reporte.

Pero cuando volví a pasar, una hora más tarde, esa misma tapa estaba abierta otra vez.

Ahí fue cuando comencé a sentir una incomodidad… como si algo estuviera “jugando” conmigo. Revisé las cámaras del sector en mi celular (tenemos acceso remoto a través de una app). Nada. Ni una sombra. Ni una figura.

Y aún así, empecé a notar cosas raras en otras partes. Una vez escuché lo que juraría eran pasos en la bodega de tarimas. Pasos arrastrados, como de alguien con zapatos grandes, que no quería hacer ruido, pero tampoco podía evitarlo del todo.

Fui, claro que fui. Busqué por todos lados. No encontré nada. Pero había un olor extraño en esa zona. Como humedad vieja, encerrada, a pesar de que ahí no hay agua, ni fugas.

Después de unos días así, las cosas fueron escalando. Una madrugada, mientras hacía una ronda, pasé frente a una de las ventanas interiores que da a la sala de compresión. Vi reflejada una figura detrás de mí. Me detuve en seco. Di la vuelta.

No había nadie.

Pero el reflejo… el reflejo era más alto que yo. Con algo en la cabeza. Como una especie de saco, o capucha. Lo vi un instante. Solo eso. Y luego nada.

A partir de ahí, empecé a dormir mal. Soñaba que estaba encerrado dentro de la fábrica, que algo se movía entre los ductos, algo que arrastraba cadenas. Hasta me llegué a despertar con la sensación de que seguía oyendo ese golpeteo, pero ya desde mi casa.

Lo más extraño fue lo que encontré en el cuarto de descanso del personal, un martes en la madrugada. Nadie debería entrar ahí por las noches, y sin embargo encontré en la mesa un dibujo. Hecho a lápiz. Un dibujo de una figura humana, completamente negra, sin cara, de pie frente a una máquina de prensado.

No sé quién lo hizo. No sé cómo llegó ahí. Tomé una foto, pero al día siguiente, cuando traté de buscarla en el celular… había desaparecido.

Como si nunca la hubiera tomado.

Le pregunté a Pedro si había visto algo raro en su turno. Me dijo que no, pero que hace un año, un guardia del turno de noche se había ido sin explicación. Que dejó el uniforme tirado en el vestidor y desapareció. Pensaron que era deserción, pero nunca apareció. Ni su carro. Ni él.

Lo buscaron por semanas.

Me quedé helado. Nadie me había contado eso.

Desde entonces, no paso cerca de la línea cuatro después de la una de la mañana. No me acerco. No me interesa saber qué hay ahí. Termino mi turno con todo encendido, luces y radio a todo volumen. Hago mi trabajo, pero ya no estoy en paz.

A veces, muy a lo lejos, vuelve ese sonido. Ese golpeteo suave. Como un código. Como si estuviera intentando decir algo. Pero no pienso quedarme a averiguar.


No sé si esto fue real. No sé si mi mente me está jugando una mala pasada después de tantos años de trabajar solo por las noches. Pero algo me dice que no soy el único que lo ha sentido. Por eso decidí escribirles. Tal vez alguien allá afuera haya vivido algo similar en alguna planta o fábrica de madrugada.

Gracias por leerme. Y gracias por su programa. Me han acompañado en muchas madrugadas difíciles. Ojalá esta historia sirva, al menos, para que otros no se sientan tan solos si escuchan algo en la oscuridad… que no deberían estar escuchando.

Un saludo desde Sonora.

Héctor Lizárraga