Esto que voy a contar me pasó en 2017, en los días más oscuros de mi vida.
A mi esposa le acababan de detectar insuficiencia renal crónica… y todo se nos vino abajo.
Empecé a trabajar como chofer de aplicación, turnos de ocho, diez, hasta doce horas sin parar. Todo para poder pagar estudios, medicinas, comida… lo básico.
Esa noche, eran casi las tres de la mañana.
Ya iba a cerrar la app, muerto de sueño, con los ojos secos de tanto manejar.
Estaba en San Andrés Totoltepec, enredado en calles que ni conocía, porque me había desviado del periférico para evitar un accidente.
Y justo cuando creo que ya voy de regreso a casa…
me entra una última solicitud.
La peor que he aceptado en mi vida.
Destino: Tres Marías.
Pago en efectivo.
Cliente: Mujer, sin foto de perfil.
Pensé en rechazarlo, porque ya iba cansado, y además esa ruta no me daba buena espina. La carretera libre a Cuernavaca en la madrugada no es juego. Pero cuando me acordé que me faltaban 180 pesos para completar el tratamiento de ese mes… pos me dije: “Una más y ya.”
Llegué al punto. Estaba oscuro, todo callado, ni un alma. Y ahí, parada junto a un poste sin luz, estaba ella. Una mujer delgada, de cabello largo negro y una blusa blanca como de manta, larguita, hasta las caderas. No traía bolsa, no traía suéter… y lo que más me sacó de onda fue que no dijo ni una sola palabra.
Solo se me quedó viendo. Yo bajé la ventana y le dije:
—¿Vas para Tres Marías?
Y ella, con la cabeza agachada, nada más asintió. Como si no tuviera voz.
Le abrí la puerta de atrás y se subió. Sin mirar a ningún lado, sin sacar el celular, sin decir “buenas noches” ni nada.
Desde que arrancamos sentí algo raro. Primero fue el silencio. El tipo de silencio que no deja pensar, ¿sabe? No era normal. Yo hasta traté de poner música bajito, pero al segundo la apagué. Me sentía… observado. Como si algo no encajara.
Íbamos pasando ya por la zona de curvas. Y justo en la curva esa famosa, la que dicen que se llama la curva de los lamentos, empezó todo.
Primero fue el frío. Un aire helado me recorrió la espalda, y eso que ni el clima estaba prendido. Volteé al retrovisor para ver si la chava había bajado el vidrio, pero no… todo cerrado.
Y entonces me di cuenta.
Ella iba cabizbaja, pero sus hombros… sus hombros temblaban. No como de frío, sino como cuando alguien está conteniendo el llanto.
Quise decirle algo, preguntarle si estaba bien, pero me ganó el miedo. Algo en mí me decía: “No te metas. Solo maneja. Solo llega.”
Y luego vino lo peor.
Pasamos junto a un altar chiquito, uno de esos que ponen donde ha habido accidentes. Veladoras, flores marchitas, unas cruces con nombres. No había viento, pero vi que una de las velas parpadeó como si algo hubiera pasado corriendo junto a ella.
Y fue ahí que sentí clarito, como si alguien jalara la manija de la puerta del copiloto. ¡Así tal cual! Tac, el sonido del seguro, y el tirón leve. Frené el coche de golpe. Para evitar un accidente, lo primero que pensé es que la chica se había aventado, pero para mi sorpresa las puertas estaban cerradas. Al revisar hacia adentro no había nadie en el asiento de atrás, mire hacia a mi alrededor para ver si la chica estaba por ahí tirada. Y Cuando camine hacia la cruz donde estaba la veladora mi sorpresa fue a un más aterradora, cuando me acerqué vi que la cruz tenía el mismo nombre de la usuaria de la aplicación.
Me regresé corriendo al carro, recuerdo la neblina, el eco de mis pasos, y el ruido de los árboles, como si respirarán.
Me subí al coche, cerré los seguros y me quedé sentado, sudando frío, mirando la nada. Pensaba en mi esposa, en mis hijos, en todo lo que dejé atrás nomás por querer ganar un poco más de dinero esa noche.
Y no le voy a mentir…
Una parte de mí pensó que esa mujer, lo que fuera, no quería hacerme daño. Solo… quería que alguien la llevara hasta donde murió.
A los que les cuento esto me dicen que fuer el cansancio, que lo imagine todo, que ya estaba viendo cosas de tanto manejar. Pero las pocas veces que he regresado a esa zona ahì sigue la cruz, va a sonar exagerado pero siempre que me acuerdo le prendo una veladora a esa pobre alma.
Atentamente,
Silvano Barrera
Tehuixtla, Morelos