La habitación 212: Un encuentro con lo inexplicable

8. Un recepcionista de hotel recibe una reserva para una habitación que lleva años clausurada y no aparece en el sistema.

Asunto: La habitación 212: Un encuentro con lo inexplicable

Estimado equipo de Relatos Noctámbulos,

Mi nombre es Eduardo. Trabajo como recepcionista en un hotel en el centro de la ciudad desde hace unos cinco años. Y a pesar de que mi oficio está lejos de ser el más emocionante, les juro que hay noches que ni el mismísimo sueño logra deshacer la sensación de inquietud que te deja este trabajo.

De antemano, quiero aclarar que no soy alguien que crea en lo paranormal, ni mucho menos. De hecho, siempre he tenido una visión bastante lógica del mundo. Desde pequeño, mi madre me enseñó que “lo que no se ve no existe”, y nunca he sido de aquellos que ven sombras en las esquinas o escuchan voces en el viento. Simplemente, mi vida ha sido un vaivén entre los turnos de noche, las facturas por pagar y un par de sueños rotos. Pero lo que les quiero contar es algo que me está costando trabajo digerir, algo que pasó hace unas semanas y que aún no puedo explicar.

Como les mencioné antes, trabajo en un hotel. Un lugar normal, con sus subidas y bajadas. Una vez que se cierran las puertas por la noche, la mayoría de los huéspedes se van a sus habitaciones y el resto del hotel queda en silencio, como un viejo cascarón que solo respira cuando alguien pasa cerca. La recepción es mi dominio, pero la zona de habitaciones, especialmente las más alejadas, es casi un territorio inexplorado. Los pasillos del hotel siempre han tenido algo raro, pero nunca lo suficiente como para llamarlo inquietante… hasta ese día.

Era un jueves, a eso de las tres de la mañana, cuando sonó el teléfono. El sistema de reservas del hotel es bastante básico. Lo que nos llega es lo que hay. Y esa noche no esperábamos ninguna llegada de último minuto. Sin embargo, una llamada entró desde una línea internacional, y la voz al otro lado era suave, casi demasiado cálida, como si el tiempo se hubiera detenido por unos segundos.

—Buenas noches —dijo una voz grave, pero agradable—. Quiero hacer una reserva para la habitación 212.

La habitación 212. Un número que hasta ese momento no me había sonado extraño, pero cuando revisé el sistema, noté algo raro. La habitación 212 estaba “fuera de servicio”, o al menos así figuraba en todos los registros. Había sido cerrada hace años debido a unas “reparaciones mayores”, según se decía en los archivos, aunque nunca supe bien de qué se trataba. Le pregunté amablemente a la persona en el teléfono si estaba segura de la habitación, pues no aparecía en el sistema, y me dijo con tono tranquilo que no había problema, que le daría igual cualquier habitación mientras estuviera cerca del pasillo principal.

Dudé un poco. Mi instinto me decía que algo no cuadraba, pero no podía dejar a un cliente sin servicio, sobre todo a esas horas. Le confirmé la reserva, aunque le avisé que sería necesario realizar una pequeña reubicación. La voz al otro lado del teléfono simplemente aceptó, agradeciendo en exceso mi amabilidad. Esa fue la primera vez que algo me pareció raro.

Esa noche, la 212 fue la última habitación que se me ocurrió verificar antes de irme al descanso. Pensé que tal vez había algún error con la base de datos, pero lo que encontré al abrir la puerta de esa habitación me heló la sangre.

La puerta, que debería haber estado cerrada con llave desde hacía años, estaba entreabierta. No fue un golpeteo o una brusca apertura lo que me llamó la atención, sino el hecho de que estaba ligeramente abierta, como si alguien la hubiera dejado así deliberadamente.

Adentro, todo parecía normal al principio. Sin embargo, algo en la atmósfera era extrañamente pesada. No es que estuviera oscuro, de hecho, la luz del pasillo iluminaba lo suficiente como para ver los muebles viejos, la cama hecha con perfección, las cortinas caídas, y la moqueta un tanto desgastada. Pero el aire estaba cargado, como si el tiempo se hubiera detenido dentro de esa habitación, algo así como cuando entras en una casa vacía y la sensación de abandono te golpea de inmediato.

Lo peor no fueron las paredes o la decoración que se veían intactas, sino un viejo cuadro en la pared. Era una pintura de un paisaje sombrío: un río oscuro, árboles sin hojas y un cielo nublado. Algo en la imagen me incomodó, aunque no podría decir qué exactamente. Estaba como fuera de lugar en una habitación de hotel, demasiado personal, demasiado… oscuro.

El teléfono de recepción sonó de nuevo, interrumpiendo mis pensamientos. Era la misma voz. Preguntó por su habitación.

—Está lista —le dije, intentando sonar lo más normal posible—. Lo espero en la recepción.

La respuesta de la persona fue breve y curiosamente evasiva. Solo me dijo que estaría allí “en breve”. Colgué el teléfono y miré alrededor una última vez antes de cerrar la puerta con un sonido sordo que resonó en mi pecho. No quería quedarme más tiempo en ese lugar, pero algo me impulsaba a seguir allí, a esperar.

Apenas pasaron diez minutos cuando vi una figura en el pasillo. Un hombre alto, de pie, mirándome directamente desde el extremo del corredor. Pero lo más extraño fue que no se movía. Ni un músculo. Simplemente estaba allí, inmóvil. Durante un par de segundos, pensé que tal vez estaba confundido, que era otro huésped o alguien más. Pero no era normal que alguien se quedara así, tan quieto, sin moverse.

Me acerqué con cautela, y al llegar a su altura, la figura simplemente desapareció. No hubo sonido, no hubo movimiento. Solo un vacío de aire que me heló los huesos.

Eso fue todo. No vi más al “cliente” de la 212 esa noche. Al día siguiente, no encontré ningún registro en los archivos de quien había hecho la reserva. Y lo más desconcertante: el teléfono de la habitación 212 seguía sonando. Cada vez que pasaba por el pasillo, sentía esa llamada incesante. Pero cuando abría la puerta… nada. La habitación vacía.

Hoy, varias semanas después, sigo preguntándome si lo que ocurrió esa noche fue real. ¿Un error en el sistema? ¿Una simple coincidencia con el teléfono, que se quedó colgado por algún motivo técnico? ¿O algo más, algo que no puedo ni quiero entender?

Nunca pude encontrar ningún rastro del hombre, ni tampoco alguna explicación lógica. Desde esa noche, no me atrevo a acercarme mucho al pasillo que da a la habitación 212. Los huéspedes que se alojan allí ahora no se quejan de nada extraño, pero yo… yo no me atrevo a preguntarles.

Gracias por escuchar mi historia. Quizá mi mente se está jugando una mala pasada, pero no puedo dejar de pensar en eso. Tal vez la habitación 212 siga allí, esperando a la siguiente persona que se atreva a abrir su puerta.

Atentamente,

Eduardo
Recepcionista del Hotel Grand Belvoir