Lo que encontré en las entrañas de la mina

7. Un minero que en su turno nocturno escucha golpes y voces provenientes de galerías cerradas desde hace décadas.

Asunto: Lo que encontré en las entrañas de la mina

Hola, Relatos Noctámbulos:

Soy Sebastián Cordero, minero de las minas de Cerro Gordo. Tengo 41 años, y aunque nunca me había interesado en enviar una historia al programa, lo que me ocurrió la noche pasada me tiene inquieto. Mi familia me ha dicho que no me meta en cosas raras, que deje de buscar explicaciones a lo que no puedo entender, pero… No lo puedo dejar ir. Tal vez ustedes puedan darme alguna respuesta, o al menos ayudarme a ponerle sentido a lo que escuché.

Quiero empezar con un poco de contexto para que entiendan de qué va todo esto. Nací y crecí en un pueblo pequeño, como tantos en las afueras de la ciudad. Mi padre fue minero toda su vida, y aunque nunca me gustó esa vida bajo tierra, no me quedaba mucho más por hacer. Mis viejos siempre insistieron en que era un trabajo honesto, que me mantendría ocupado, y, sí, me mantuvo ocupado, pero también me sumió en una rutina gris, fría, y a veces inquietante. La gente en el pueblo tiene algo raro en la mirada, una especie de carga en los ojos, como si todos supiéramos algo que no decimos, algo que no podemos entender completamente. Yo lo vi en mi padre, y lo vi en mí cuando empecé a trabajar en la mina.

Me da miedo admitirlo, pero ahora que llevo casi dos décadas trabajando en las galerías, he terminado por aceptar algo que, en su momento, me costaba comprender: el miedo no está solo en las historias que contamos alrededor del fuego o en las viejas leyendas. El miedo está en el silencio de la mina, en esos ecos vacíos que retumban en las paredes de roca, como si el aire mismo tuviera algo que susurrar.

Pero bueno, eso es algo que te pasa con el tiempo. Yo, sinceramente, trataba de no darle importancia. A veces escuchas cosas extrañas, lo que sea, pero es solo el desgaste del metal, las grietas que se expanden en la roca. Eso me lo decía a mí mismo cuando los ruidos comenzaron.

Ahora, a lo que realmente importa. Anoche, como de costumbre, me tocaba el turno de la noche. Yo ya estaba acostumbrado a trabajar en esas horas solitarias, cuando la mina parece aún más profunda y más viva de lo que debería. Estaba en el sector más antiguo, en un pasillo que no hemos tocado en años. Algunos dicen que está cerrado por peligro de derrumbes, pero el jefe nos manda allí de vez en cuando para hacer tareas pequeñas, asegurarnos de que no haya fallos estructurales. Ya ni me acuerdo cuándo fue la última vez que alguien trabajó por completo en esa zona. Lo cierto es que es un lugar incómodo. Casi nadie se atreve a entrar a esas galerías oscuras.

La noche comenzó tranquila, como siempre. El ruido de la perforadora era lo único que rompía el silencio. Pero a eso de las dos de la madrugada, empecé a escuchar algo raro. Un golpeteo sordo, como si alguien estuviera golpeando una puerta o una pared a lo lejos. Yo pensé que era alguna de las máquinas, una vibración o alguna falla en el equipo. Pero el sonido era demasiado claro y demasiado… humano, por así decirlo. No tenía nada que ver con el sonido metálico o mecánico de las herramientas que usamos. Era un golpe seco, repetido, casi como si estuvieran llamando a alguien.

Al principio traté de ignorarlo. Pensé que mi mente me estaba jugando una mala pasada. No es raro sentirse desorientado en esas horas, especialmente en una mina tan antigua. Pero luego vinieron las voces.

Sí, voces. Voces suaves, como susurros, pero claramente provenientes de una galería cerrada que estaba a varios metros de donde yo estaba. Al principio creí que estaba escuchando cosas, que mi cabeza me estaba jugando trucos. Pero cuando las voces se hicieron más claras, incluso pude distinguir palabras.

—Ayúdame… ayúdame…

No se puede describir lo que sentí en ese momento. Un escalofrío recorrió mi espalda, un nudo en el estómago. Apagué la perforadora y me quedé ahí, quieto, escuchando. La mina estaba demasiado callada de repente, como si el propio aire hubiera dejado de moverse.

—¿Quién está ahí? —grité, con la voz temblorosa.

Silencio. Pero al instante después, un golpe más fuerte resonó en las paredes de la mina. Un golpe como si alguien estuviera martillando la roca.

No sé por qué, pero sentí la necesidad de ir hacia el sonido. Algo me empujaba a avanzar. Cuando llegué cerca de la pared que parecía resonar con los golpes, vi que la roca no estaba completamente sellada. No es que hubiera una grieta, pero sí algo que, si mirabas bien, podías notar que la piedra estaba ligeramente desplazada. Algo, o alguien, había estado allí, hace mucho tiempo, y había dejado una huella.

Esa es la parte que aún no entiendo: cómo es posible que en esa sección cerrada de la mina, tan apartada, donde nunca se ha trabajado, alguien pudiera estar golpeando las paredes. Los demás dicen que seguramente lo que escuché fue el sonido de los viejos conductos, que se mueven con el frío y la humedad, pero… no sé. Esa misma noche, volví a escuchar las voces. Solo que esta vez me llamaron por mi nombre.

Mi jefe no me cree. Dice que el agotamiento y el estrés de las horas nocturnas me están afectando, pero… no sé, algo me dice que no es así. La mina tiene secretos, muchos secretos que están enterrados, y siento que la noche pasada algo, o alguien, trató de decirme algo. Las voces siguen llamándome.

Sé que esto suena como una historia de terror barata, pero les juro que no estoy inventando nada. Y si de verdad hay algo ahí abajo, no sé qué hacer. Tal vez esta sea la única forma de sacarme esta inquietud de encima.

Si alguien ha tenido alguna experiencia similar, o si tienen alguna idea de lo que podría estar pasando, les agradecería muchísimo cualquier comentario o consejo.

Atentamente,
Sebastián Cordero, minero del Cerro Gordo.